Häxan retro review


Título original: Häxan

Año: 1922

Duración: 105 min.

País: Suecia

Director: Benjamin Christensen

Guión: Benjamin Christensen

Fotografía: Johan Ankerstjeme

Reparto: Elisabeth Christensen, Astrid Holm, Karen Winther, Maren Pedersen, Ella La Cour, Emmy Schönfeld, Kate Fabian, Oscar Stribolt, Benjamin Christensen.


Brujería y originalidad inundando la pantalla.

Para empezar, vamos a situarnos un poco. El año de producción de esta obra maestra es 1922, lo cual os hará imaginar cierto tipo de cortapisas. Os equivocáis por completo. Es una obra libre en cuanto a su concepción visual, no importando en lo más mínimo las barreras morales imperantes en aquellos tiempos. Las escenas que veremos son realmente sorprendentes y, vamos a ser un poco condescendientes, fuertes, tanto en el concepto terrorífico como, ¿porque no?, erótico. Podemos incluso permitirnos hacer cierta similitud con la denostada y famosa A Serbian Film, pero esta vez en blanco y negro. No os explico los motivos de esta semejanza por si no habéis visto esta última. Comentar también que Häxan (bruja en sueco), fue censurada en tierras americanas y en otros países por contener escenas explicitas de tortura y desnudez. Cuando la veáis, ya os daréis cuenta del porqué.


Como siempre en este tipo películas, nos tenemos que referir a los pormenores de su visionado, puesto que influyen mucho a la hora de degustarlas. En esta ocasión vimos una copia tuneada en 1968 en Estados Unidos, con la particularidad de estar narrada en algunos pasajes auditivos por William S. Burroughs, icono de la generación beat. Su peculiar voz da un trasfondo lúgubre e inquietante que incrementa aún más la sensación de terror y misterio que persigue. En cuanto a la música parece ser que a este tipo de obras le va como anillo al dedo el jazz. ¿Qué decir de una banda que entre sus integrantes cuente con Jean-Luc Ponty al violín y a Daniel Humair en la percusión? Sin duda alguna solo quedarnos con la boca abierta y degustar el aluvión sonoro que lo envuelve todo. Si Benjamin Christensen lo hubiera escuchado en 1922, seguramente se hubiera rendido a esos virtuosos por la maestría a la hora de ensamblar sonido e imagen.

Es una cinta novedosa puesto que fue realizada como una mezcla de documental y secuencias dramatizadas. En ella se nos explica la evolución de la brujería a través del tiempo. Evidentemente esta travesía se acaba en el año de su realización, impidiéndonos seguir más allá hasta llegar a nuestros días. Sin duda alguna, su director se hubiera recreado con las brujas modernas. Estoy pensando ahora, por ejemplo, en estrellas del pop y políticas ilustres, especialistas en hacer desaparecer cosas y usar conjuros para obtener éxitos, que de otra manera serian inexplicables. Después de esta pequeña broma seguir comentando que casi todas las dramatizaciones se centran en la Edad Media. Esto confiere un aire de terror adicional por la idea que tenemos de lo sucedido en este periodo a través de la Santa Inquisición, y que desde luego se confirma. Otro de los puntos fuertes son las recreaciones del infierno con sus diablos y monstruos diversos en divertidos raves llamados aquelarres. Llama la atención la crítica feroz a la Iglesia. Brutalmente directa y salvaje.


Aparte de lo comentado con anterioridad, técnicamente aún hay algún aspecto a destacar:

- La excelente calidad de la copia visionada, nada que ver con otras de la misma época, lo cual resalta el cuidado que se puso en su conservación. Hay que tener en cuenta la ingente inversión que se hizo para su realización: dos millones de coronas suecas.

- La subdivisión en cuatro partes del guión. La primera es como una disertación académica. La segunda es acerca de las creencias ancestrales en la brujería. La tercera, y más larga de todas ellas, trata de cómo se juzgaba a las sospechosas de hechicería y las artimañas que usaban las autoridades de la Iglesia para culparlas. La cuarta y última nos explica los trabajos efectuados por la ciencia para explicar que la brujería es realmente una enfermedad llamada histeria.

- El cameo de Benjamin Christensen, su director, como el Diablo. Aterradora presencia y a la vez en ocasiones cómica. Es un diablo particular y un poco burlón.

- Destacar los primeros planos de la brujas. Todas son muy ancianas y con muchas arrugas. Cuando cerramos los ojos y nos dicen que las imaginemos seguro que son así. ¿Habrán sido jóvenes alguna vez?

- Los interesantes decorados, que en más de una ocasión se asemejan a cuadros pictóricos, especialmente bodegones.

- Delirantes y variopintas escenas amorales. Sobretodo destacar una en la que una monja enloquece al tener una visión del mismísimo Satanás. En su locura arrastra a todas sus compañeras a una magistral escena de histeria colectiva.

Por último decir que es una película que destaca por su originalidad. Se desmarca totalmente de todo lo rodado con anterioridad y huye de los convencionalismos de la época. Es sumamente chocante y seguro que cuando se estrenó provocó un shock que duró mucho tiempo. Es de aquellas obras de las cuales se hablaba en voz baja por si te oía el vecino. Por otra parte es un título imprescindible para todo buen amante del cine. Su visionado os provocará todo tipo de reacciones y no os dejará indiferentes. Su mayor logro es su diferencia.

Firma: Josep M. Luzán.