Snowpiercer review


Título original: Snowpiercer

Año: 2013

Duración: 126 min.

País: Corea del Sur

Director: Bong Joon-ho

Guión: Bong Joon-ho, Kelly Masterson (Basado en: Jean-Marc Rochette, Jacques Loeb)

Música: Marco Beltrami

Fotografía: Kyung-Pyo Hong

Reparto: Chris Evans, Song Kang-ho, Tilda Swinton, Jamie Bell, Octavia Spencer, Ewen Bremmer, Alison Pill, John Hurt, Ed Harris, Luke Pasqualino, Steve Park, Adnan Haskovic


Un viaje trepidante y visualmente apabullante.

Ilusos de nosotros, pensábamos que ya lo habíamos visto casi todo en el tsunami de cine postapocalíptico que nos lleva engullendo con fuerza durante los últimos años. Un Armagedón cinematográfico de rostro polimorfo representado por hordas de zombies, invasiones extraterrestres, cometas extraviados, guerras, desastres naturales, pandemias de origen desconocido o una de las problemáticas más presentes en el debate ecológico actual, el temido cambio climático. Esa es precisamente la fuente de la que brota la historia de Snowpiercer, adaptación de una novela gráfica francesa escrita por Jean-Marc Rochette y Jacques Loeb (Le Trasperceneige) y reeditada en España como Rompenieves.

Batiendo todos los records posibles, Snowpiercer no es solo una de las producciones más caras y ambiciosas del cine surcoreano, sino que también cosechó uno de los mayores éxitos en taquilla en sus dos primeras semanas de estreno en Corea, recaudando casi el total de su presupuesto (unos 40 millones de dólares). Distribuida en Estados Unidos por Harvey Weinstein, quien ha protagonizado un culebrón a dos bandas con Bong Joon-ho por las exigentes condiciones del magnate, empeñado en recortar metraje del montaje del director. Snowpiercer representa además el regreso tras las cámaras, 4 años después de aquel notable thriller materno-filial que firmó en Mother, de uno de los realizadores coreanos más relevantes de esa generación prodigiosa que abanderan Park Chan-Wook, Kim Ki-Duk, Na Hong-Jin oKim Ji-Woon, entre otros.

En su primera película de habla inglesa, coproducida entre Corea y Estados Unidos, el coreano cuenta con un elenco de estrellas estadounidenses donde destacan esa Tilda Swinton desatada y majestuosa en toda la ridiculez, crueldad y excentricidad de su personaje, un Chris Evans ejerciendo de héroe y príncipe del pueblo sin antifaz ni escudo, John Hurt y Ed Harris, con cuya sola portentosa presencia ya llenan la pantalla, y mención especial para Song Kang-ho, uno de los actores fetiche de cineastas como el mismo Joon-ho o Park Chan-Wook (quien, por cierto, figura como productor de la película).

Snowpiercer convierte la división de vagones de un tren de rumbo eterno en el reflejo de la jerarquía mezquina de nuestra sociedad con una división de clases en desigualdad de derechos y privilegios. Una crítica ácida al sistema (estructural y de valores) envuelta en un cuento violento de ciencia-ficción orquestado con maestría por el director de la irrepetible Memories of Murder.

La limitación de espacio no pone barreras al prodigio de Bong Joon-ho para rodar un cúmulo de escenas de acción trepidantes que se inician en la cola del tren cuando la clase menos favorecida decide revelarse y cambiar el orden implantado por déspotas gobernantes. Chris Evans guía a un grupo de sublevados que avanzan en un The Raid horizontal descubriendo tras cada nueva puerta derribada una micro humanidad apremiada con más y mejores lujos a medida que se acercan al frente de esa locomotora futurista formada por decenas de vagones de mundos casi imposibles de conectar entre sí. Una virguería visual.

Si alguno temía que esta coproducción americana pudiera restar personalidad al trabajo del director, puede estar tranquilo, porque en este nuevo ejercicio estilístico y narrativo de cine coreano no se echan de menos ni esa representación casi poética de la sangre con sus arrebatos de violencia, ni el tono que bascula sin patrón entre escenas de carga dramática y humor excéntrico.

El tren de Bong Joon-ho arranca imparable y así sigue durante sus más de dos horas de recorrido hasta un último tramo donde reduce velocidad y se apalanca en 20 minutos de exceso de discursos melodramáticos. Pero hasta entonces hemos sido testigos de un camino que propone diversión, acción, entretenimiento de calidad en mayúsculas y reflexión a partes iguales.

Firma: Sandra Astor.