The Last Exorcism Part II review


Título original: The Last Exorcism Part II

Año: 2013

Duración: 88 min.

País: Estados Unidos

Director: Ed Gass-Donnelly

Guión: Damien Chazelle, Ed Gass-Donnelly

Música: Michael Wandmacher

Fotografía: Brendan Steacy

Reparto: Ashley Bell, Spencer Treat Clark, Andrew Sensenig, Judd Lormand, Julia Garner, Muse Watson, E. Roger Mitchell, David Jensen, Raeden Greer, Joe Chrest


Tan innecesaria, absurda y ridícula que atenta con violencia contra todo lo conseguido en la primera parte.

En unos tiempos en los que la temática del exorcismo en la gran pantalla se ha visto reducida al arte del contorsionismo, The Last Exorcism se hacía eco de esa misma moda pero lograba sorprender por ser autoconsciente y casi paródica en un primer término y astutamente perturbadora después ayudándose del found footage como arma de terror en primera persona. La película de Daniel Stamm multiplicaba por más de 20 su presupuesto de 2 millones de euros en taquilla y esos números solo tienen una traducción posible en la jerga cinematográfica: secuela.

The Last Exorcism Part II toma las riendas de la historia minutos después de los créditos finales de su predecesora y centra todos sus esfuerzos en el personaje de Ashley Bell, quien repite en una secuela ridícula que inmola todos los méritos logrados por Stamm a base de un guión aburrido, absurdo y carente de interés, exceso de efectos de sonido estridentes que sustituyen la poca habilidad para generar escenas inquietantes, personajes secundarios de cartón piedra, líneas de diálogo de un patetismo inaudito, algún que otro CGI digno de Asylum y un final a la altura de todo lo descrito.

Ed Gass-Donnelly sustituye el cámara en mano por el lenguaje convencional y, con él, deja atrás el discurso generado en la anterior sobre doctrinas religiosas extremistas provenientes de una América profunda aislada de los cánones de la educación y el progreso. The Last Exorcism dibujaba con acierto esa clásica fina línea que separa la fe y la incredulidad, lo paranormal y el trastorno psicológico, la ciencia y la religión. Y lo hacía a través de un mecanismo inspirado, desacreditando y destruyendo en una primera hora aquello que minutos más tarde generaría de nuevo las dudas en nuestra mente y nos helaría la sangre. Con el personaje del reverendo Cotton y lo irónico de su ateísmo, la compleja lucha psicológica a la que se ve enfrentado una vez los fenómenos inexplicables empiezan a ocurrir en casa de Nell.

Nada de eso está presente en esta secuela. Aquí la historia se reduce a la reinserción social de Nell en un hogar de acogida para jóvenes problemáticos que comparte con un grupo de secundarias de nula empatía y un paseo por su despertar sexual bajo el acoso de su anterior huésped –Abalam –con el que protagoniza una historia de amor imposible o Crepúsculo entre una aspirante a redneck del año y un ente de los infiernos. Nell se ha convertido en una chica amnésica fascinada en extremo por todo lo que le rodea a un nivel tan primitivo y ridículo que convierte la mayor parte de la película en una comedia involuntaria aún y su afán por tomarse en serio a sí misma.

Los únicos minutos tímidamente inquietantes tienen lugar en el prólogo, todo lo demás es un compendio de situaciones intrascendentes cargadas de golpes de efecto estruendosos que tienen el objetivo de preparar el terreno para el clímax de un segundo último exorcismo que se desinfla del mismo modo que disminuyen los espeluznantes contorneos de Bell por las delicadas caricias fantasmales nocturnas. La protagonista –maravillosamente aterradora en la primera parte– hace lo que mejor puede en un papel que lleva su personaje casi al autismo más absurdo.

Candidata a peor película del año y con diferencia.

Firma: Sandra Astor.