'Donde no puedes llegar' de Marc Nadal nos propone una terrorífica historia sobre el Alzheimer


Desde lo más profundo golpea nuestros instintos Donde no puedes llegar, un cortometraje dirigido por Marc Nadal escrito ex aequo con José Cano. Está basado en una idea original de Félix Cárdenas, también involucrado en labores de producción, paseándonos sin muchos miramientos por un alucinante tránsito a través del terrorífico laberinto en el que se ha convertido la mente de una enferma de Alzheimer.

Seguramente ya estaréis pensando en el tono triste y mortecino que emana de esta obra. En parte es así, pero destila una especie de optimismo que está latente sin llegar a ser su leitmotiv. Es una sensación extraña. Rápidamente te introduces en la historia. Se puede decir que llegas a estar incluso en la misma estancia que las protagonistas, casi las puedes tocar, absorbiendo toda la carga emocional que casi sin palabras, no hacen falta muchas por cierto, te transmiten. Es de aquellas producciones cinematográficas tocadas por una varita mágica, aquella que casi sin quererlo aúna al excelente equipo que la forma en una especie de catarsis logrando lo que no sabemos si estaba planeado, como es filmar algo que va mucho más allá de un simple cortometraje.

Gran parte del mérito de lo que hemos comentado lo tiene Assumpta Serna en un trabajo sublime con todas las aristas, ángulos, recovecos y metamorfosis que queráis. Interpretar a alguien que padece esa cruel enfermedad se nos antoja bastante complicado. Assumpta lo hace de manera muy natural, exteriorizando lo que está muy adentro. Lo hace sin muchos aspavientos, le basta tan solo una mirada, un gesto, una sonrisa para intentar hacernos comprender lo que está pasando por la mente de la enferma, que se nos antoja como un abismo muy profundo que necesita algo a lo que agarrarse, y esto se resume en una palabra: amor, cosa que le proporciona su hija, papel interpretado por Aida Oset, en una interpretación maravillosa por su naturalidad. Hay que decir, como virtud, que le toca bailar con la más fea, en el sentido más literario de la expresión.

Otro punto que llama la atención es la rapidez con la que transcurre. Son quince minutos que se nos pasan como un suspiro. Tampoco hace falta más. La maravillosa concisión y puesta en escena de un guion que raya a gran altura, contribuyen a esa sensación, cosa, en nuestra opinión, que incrementa de manera exponencial la calidad del producto final.

En la parte más técnica no podemos dejar de mencionar la música original de Carles Cases, que nos lleva de la mano marcando los hits en su justo momento con el mérito de no convertirse en absoluto en protagonista. Su contribución a la producción es de destacar por su invisibilidad.

Nombrar también la participación, en papeles secundarios, de Silvia Puyol y Carlos Reyes que aportan su grano de arena al proyecto.

Destacar el tono mortecino de la fotografía a cargo de José Luis López. Su, en apariencia, obscuridad da en el clavo para elevar las sensaciones que van apareciendo en la pantalla.

Para acabar decir que es un producto redondo en el que encontrar algún punto flaco se torna imposible. Un gran ejercicio cinematográfico al cual auguramos un largo recorrido, recomendándolo encarecidamente a todo tipo de público.